Seminario latino du 21 mars 2018 suite…

La guerra y sus discursos*
per Andrea Castillo Denis

“El psicoanálisis a prueba de la guerra” es una compilación de artículos escritos por psicoanalistas y dirigida por Marie-Hélène Brousse, dividido en dos partes. La primera trata de como el trauma de la guerra afecta a cada individuo de manera particular. Yo me interesé en la segunda parte del libro, que trata de dar una respuesta epistemológica al qué es la guerra y el porqué de la guerra.   

Para intentar responder a estas preguntas, dos tesis principales son elucidadas; la primera es que no hay guerra sin discurso y la segunda se deriva de esta y sostiene que, en tanto que el lazo social es un discurso, este promueve un modo de goce.  

El lazo intrínseco entre la guerra y lo real me llevaba a defender que la guerra era la expresión máxima de la falta de lo simbólico, el fracaso de la civilización; la palabra era la gran ausente en medio de las balas y de los cuerpos mutilados. El horror de la guerra me reenviaba al odio más arcaico entre los seres humanos que imposibilitaba el proceso de civilización. Antes de leer este libro, mi organización conceptual respecto de la guerra me llevaba a pensar lo real de la guerra como el

horror y la experiencia de la muerte, lo simbólico como fuente de civilización que obstaculiza el desencadenamiento de las pulsiones y lo imaginario como las diferentes formas que los cuerpos podrían tomar en el campo de guerra, sostenidos por la rivalidad y la agresividad. Incluso, antes de leer este libro, yo hubiera podido imaginar que la guerra era de estructura psicótica, ya que en la psicosis, el lazo social esta desecho.  

Mi gran sorpresa fue leer la afirmación “No hay guerra sin discurso, la guerra es el producto de la civilización”. Podríamos decir que me cayó como una bomba, y después de un momento de sideración, me pregunté qué querría decir esto. Recordé el famoso libro de Pierre Naveau Psychose et lien social, donde nos recuerda que el Dr. Lacan promulgaba  el lazo social en tanto que discurso. Dicho discurso esta sostenido por una estructura que Lacan concibe como un nudo entre tres categorías: lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Vuelvo al libro y leo el artículo escrito por Marie-Hélène Brousse titulado: De los ideales a los objetos: el nudo de la guerra en el que detalla minuciosamente las razones para sostener la afirmación “no hay guerra sin discurso”.

Es crucial empezar por reconocer que hubo un cambio de paradigma del lazo social de Freud a Lacan. Para entenderlo, Marie-Hélène Brousse nos muestra otra lógica para considerar la identificación. Según Freud, los seres humanos, como hijos y hermanos, hacemos lazo social por el sentimiento de culpabilidad que supone el asesinato del padre, al cual nos identificamos.  El odio al padre permitía la identificación de todos los individuos de una comunidad al ideal del padre muerto. Lacan nos propone otra lectura, ya no es el Nombre del Padre la base del lazo social, no es la identificación al líder lo que nos une sino que se trata de, la cito, “un no saber sobre su ser propio, ligado a la falta-en-ser producida por el lenguaje”(1). Lacan desarrolla esta nueva lógica de la identificación en el artículo llamado “el tiempo lógico y la aserción de certeza anticipada”(2), escrito en 1945, en el ocaso de la segunda guerra mundial. Con este, Lacan aporta una nueva lógica de la colectividad y de la identificación humana, partiendo de la interrogación que surge ante la afirmación: “yo soy un hombre”. El desarrollo lógico sería como sigue:

  1. Un hombre sabe lo que no es un hombre,
  2. Los hombres se reconocen entre ellos por ser hombres,  y
  3. Yo afirmo ser hombre, por miedo de ser convencido por los hombres de no ser un hombre.

El temor de ser convencido de no ser un hombre constituye la urgencia del momento de concluir. Es la angustia de ser rechazado por el grupo que precipita la certeza anticipada. Y es precisamente en el carácter anticipado, que podemos medir cuán grande es esta definición de sí mismo respecto del Otro(3).

Lacan nos propone aquí la nueva lógica de la identificación bajo la forma de una aserción subjetiva anticipante.

Después de haber elucidado la cuestión de la identificación, fundamental para leer las formas contemporáneas de lazo social, volvamos a la interrogación sobre lo que significa “no hay guerra sin discurso”.

Puesto que el discurso esta sostenido por la estructura que forman los registros real, simbólico e imaginario, vamos a evocar rápidamente, la implicación de cada uno en la guerra.

El imaginario guerrero, nos dice usted, se trata de la imagen y su poder unificador. Y en la guerra la dimensión imaginaria se encuentra por un lado en las identificaciones horizontales y por otro lado, en el odio por el otro. Respecto de lo simbólico, extraemos que este aporta a la guerra los ideales, los significantes amo que constituyen un discurso. De esta manera, lo simbólico se pone al servicio del goce en tanto que significante y usted añade “lo simbólico, como significante y como acto, es el fundamento mismo de la guerra.”

En cuanto a lo real de la guerra, hay que implicar el cuerpo. Serge Cottet nos lo demostraba en su artículo para la revista Horizon N°61(4), lo cito “la proximidad del cuerpo del otro es lo más concreto en el odio”.

De lo que me doy cuenta es que la frase para mi enigmática: “no hay guerra sin discurso, sin lenguaje ni palabras”, estaba asociada a cierto imaginario de la guerra que también ha cambiado de paradigma. Después de escribir todo lo anterior, puedo decir que dos momentos me fueron necesarios para atrapar el significado de esta afirmación. El primero fue la lectura de este libro y el segundo momento fue la sesión de cine de la última película de Steven Spielberg.

Yo no podía entender la conexión entre guerra y discurso sin haber cambiado de escenario de guerra, dicho en otras palabras, la topología de la guerra sufrió una metamorfosis que cambia completamente el conocido campo de batalla terrestre. La guerra hoy puede ser aérea, puede efectuarse a distancia, está en todas partes. Varios de los artículos de este libro lo señalan y en particular el texto de Gerard Wajcman.

Es así como Steven Spielberg parece responder a mi interrogación con su película “Pentagon Papers” (diciembre 2017), en la que ilustra con maestría este cambio de topología de la guerra, que no es la misma de Rescatando al soldado Ryan (1998), sino una guerra de la comunicación, guerra entre la libertad de expresión de la prensa y la represión del gobierno y paralelamente, la guerra de las mujeres por obtener un lugar respetado en la sociedad. Las armas utilizadas no son las balas ni el Napalm sino el periódico, las maquinas de escribir, las fotocopiadoras y las fiestas de la alta sociedad.

Spielberg muestra la importancia del acto simbólico que crea efectos sobre lo real. Con su película, el rinde homenaje a la decisión de los periodistas del Washington Post y del New York Times que bajo el gobierno de Richard Nixon,  publicaron en 1971 el documento secreto llamado “los Papeles del Pentágono” los cuales denuncian la implicación militar de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam  entre 1945 y 1967.

Los periodistas fueron juzgados por atentar contra el gobierno, pero la historia tiene un final feliz pues en 1972 el Tribunal Supremo de los Estados Unidos decidió que el impedimento de estas publicaciones era inconstitucional y otorgó el derecho a la prensa de seguir publicándolos.  

Por otro lado y sobre todo, la película muestra la historia de la directora del Washington Post, Katharine Graham, una mujer ama de casa y madre de 4 hijos, quien después de la muerte de su marido, se encuentra, sin quererlo, en el puesto de la primera directora mujer de un diario en Estados Unidos, que tiene todo el poder para tomar la decisión de publicar o no los papeles de Pentagono, pero duda todo el tiempo de sí misma; a medida que avanza la película, la vemos tomar fuerza y termina por tomar, sola, la decisión de publicar arriesgando la existencia del periódico e incluso su propia libertad.

Rescato una escena en la que Kay Graham habla con su amigo, el secretario de la defensa McNamara, que había escondido durante años la realidad de la guerra de Vietnam. Ella le pregunta por qué lo hizo, sabiendo que esto le costó la vida a miles de jóvenes americanos sin hablar de los vietnamitas, McNamara le responde que lo hizo para conservar el orgullo norteamericano, para mantener la credibilidad del estado americano frente a los aliados y para dejar en alto la nación. Este es uno de los discursos que mantuvo la guerra de Vietnam.

En esta gran película podemos observar lo que une lo simbólico y lo real, en una serie de actos que hace cada uno de los personajes, creando una ruptura, un antes y un después y donde los sujetos no serán nunca los mismos después de los efectos de lo real que sus actos causaron sobre el discurso de la época.

Nos queda entonces a partir de ahora la posibilidad de situarnos frente al nudo de la guerra como un discurso contemporáneo, guiados por la lectura psicoanalítica que nos permite analizarlo como un síntoma.

*Texto presentado el 21 de marzo, 2018, en El Seminario Latino de Paris-l’Envers de Paris, para la presentacion del libro-compilacion de Marie-Hélène Brousse, El Psicoanalisis frente a la guerra

(1)Marie Hélène Brousse, P. 150
(2)J. Lacan  Le temps logique ou l’assertion de certitude anticipée “, Ecrits, Paris, Seuil, 1966, pp.197-214
(3)Eric Laurent, “Le temps de se faire à l’être”, paru en février 1994, N° 26 de la Revue de la Cause Freudienne : ” Le temps fait symptôme”, diffusion Navarin Seuil. Pp. 40-43
(4)Serge Cottet « Freud, Lacan, la haine» p. 77,  Horizon N°61 « HaineS », publication annuelle de L’Envers de Paris, Paris, 20

 

Shoá
per Silvia Geller

1. Dos señalamientos

Comienzo con dos señalamientos que nacen de mis vicios de editora.

Uno. El “Indice” del libro en francés no coloca los nombres de los autores, mientras que  la edición castellana sí. Quizás la idea de la compiladora era seguir un poco la revista Scilicet, tal como Lacan se inspiró en Bourbaki. Me parece que eso no se comprendió en la edición en español.

Dos. En cuanto al título, en francés, La psychanalyse à l’épreuve de la guerre, tiene una connotación distinta que “a la hora de”, tal como fue traducido al castellano, El psicoanálisis a la hora de la guerra, que solo indica una simultaneidad. El título escogido por Marie-Hélène Brousse alude a qué respuestas podemos dar los psicoanalistas frente a situaciones de guerra, con lo cual épreuve es una mise à l’épreuve, es poner a prueba, es una confrontación, una verificación, es un cómo arreglárselas con eso, digamos un desafío. Podría parafrasear el título diciendo, qué podemos hacer los psicoanalistas frente a las situaciones de guerra, aunque igual prefiero el título de Marie-Hélène.

2. Marca de goce

Marie-Hélène Brousse afirma: “El psicoanálisis solo accede a la guerra por las marcas, esas que deja sobre los vivos y sobre los discursos. En el diván o cara a cara, me ha tocado escuchar a sujetos que vivieron en su infancia, directa o indirectamente, el traumatismo de una guerra.”

Una palabra marcó el contexto simbólico en el que nací: “la guerra”. Toda argumentación en mi casa pasaba por “antes de la guerra”, “durante la guerra”, “después de la guerra”. La palabra guerra estaba ligada a otra con la que convivía día a día, “la muerte”, “los muertos de la guerra”. Pero había aún una palabra más que organizaba las otras: “sobreviviente”.

Mi padre fue un sobreviviente de la Shoá. Mis abuelos y un tío no corrieron la misma suerte. Fueron asesinados. Escuchaba las historias de mi padre, noche tras noche, todos los días durante mi infancia y mi adolescencia, y un poquito más.  Luego supe que escuchar sus relatos me llevó al psicoanálisis.

La figura del sobreviviente recorrió todo mi análisis. De niña soñaba con los nazis. La bocina de la Gestapo sigue resonando hasta hoy en mi cuerpo como el mejor de los clásicos. Soñaba que los nazis me venían a buscar. 

Mi padre escapó de un ghetto situado en un pequeño pueblo llamado Lokacz, hoy Ucrania, en aquellos tiempos Polonia. Vivió oculto en un pozo que había cavado en su casa un polaco, no judío, que debía un favor a mi abuelo. Este señor -un righteous among the nations, un justo entre las naciones, como tantos otros que permanecieron en el anonimato – él y su familia resguardaron, protegieron en este pozo debajo de un chiquero a mi padre, mi tío y un primo de ellos durante un año y medio. Hasta el día en que se tornó muy inseguro el que permaneciesen allí. Los nazis estaban al acecho.

Mi padre emigró hacia Argentina en 1947, año en que pudo ingresar pero declarándose católico. No había otra manera. En el año 1962, mi padre y mi tío trajeron de Polonia a sus salvadores. En agradecimiento les ofrecieron vivir en Argentina, comprarles una casa y mantenerlos de por vida. No aceptaron. Sus hijos habían quedado atrapados por el sistema soviético. Si no volvían corrían el riesgo de ser encarcelados o asesinados. Más de lo mismo.

3. Judía de la Shoá

He dedicado toda mi vida al estudio de la Shoá. Me reconozco precisamente como eso, una judía de la Shoá. Un nombre que emerge con esta historia. Fue largo el recorrido para poder situar este nombre y extenso el padecimiento. El análisis fue deshaciendo la identificación a la figura del sobreviviente para hacer luego una extracción y situarme en esta historia como judía, lo que siempre había sido, pero de la Shoá. Un día, hacia el final, llego al análisis muy angustiada protestando sobre los temas personales que venía desarrollando, eran un obstáculo para ocuparme de aquello de lo que debía hablar. Repetía que estaba harta de mi angustia y de no poder decir sobre mi posición sobre la segregación y los efectos devastadores de la Shoá en el siglo XX; de no poder hablar, o escribir de lo que implica un genocidio, y de la atrocidad de las prácticas nazis en los Lager. El analista dijo, “hay que extraer la angustia del discurso de la muerte”. A partir de esa intervención poco a poco pude comenzar a hablar de esto, fue un bien decir que tardó un poco en presentarse. Eso fue mi llave, o el color de mi disco como diría Lacan en “El aserto de certidumbre anticipada”. Fue una salida de un goce mortífero que o se había presentado como indescifrable.

Cuando me vine a vivir a Europa, una amiga me dijo, “de todos nosotros sos la única que volviste”. Ella se refería a todos nosotros, los hijos de sobrevivientes. Volver a dónde? Al origen, al lugar de dónde provenía mi familia, a mi historia ancestral…. Tan corta, tan corta… solo quedan los muertos.

4. Guerras

La guerra, ahora, es un asunto de todos los días. Los genocidios una novedad siniestra. Solamente en el siglo XX, comenzando con el genocidio armenio, el genocidio nazi, el genocidio ruandés, la guerra civil española, las dos guerras mundiales, la guerra de Argelia, las guerrillas, las matanzas, Israel, Palestina, las dictaduras, Argentina. Y hoy Irak, Siria.  El libro se detiene en muchas de estas de estas situaciones, con textos muy valiosos para nuestra casuística. Sin embargo, cuál es la función que tenemos nosotros los psicoanalistas en esta encrucijada?

Lo real se moldea a partir del trauma que implica la situación de guerra. El efecto en la vida de un sujeto normalmente es devastador. Perder la casa, el trabajo, no tener comida, perder a seres queridos, perder el barrio, la ciudad, el país.  La salida de esta situación es siempre refundacional y cada quien se deberá arreglar con sus propias identificaciones y sus marcas de goce. Esta es nuestra clínica de todos los días.

Sabemos que están los que hablan, relatan, testimonian, y están los que callan. Quedan sin ninguna posibilidad de decir algo.

Tenemos imágenes como la del niño sirio muerto a las orillas del mar, o como el nazi en la explanada de Auschwitz cuando permanece vacía luego de la llegada de los trenes. Habiendo hecho la selección entre los que irán a trabajar y sobrevivirán unos momentos más, y los que van directo a desinfectarse en los baños letales de Zyklon B. El jabón especial nazi fabricado para judíos. Ese soldado nazi escucha el llanto de un bebé, y al encontrarlo, sin más, tomándolo de las piernas los destroza contra un camión y lo arroja al suelo. Peor que a una rata. Eso obedece a qué? El soldado, solo sigue una orden de su superior que lo obliga a deshacerse de la mayor cantidad de judíos posibles? Ese señor, ese asesino, goza de masacrar a ese bebé como si fuese un bicho nefasto. Es evidente que el sujeto queda comprometido con su acto devastador. Es su goce el que lo comanda, no su jefe.

Hemos seguido a Primo Levi, a Elie Wiesel, Robert Anthelmy, a Victor Kemplerer, y la serie es enorme. Es solo a través de los testimonios que hemos podido acceder a lo que sucedió en los campos de concentración nazi. El aniquilamiento es eso: hacer desaparecer toda marca, todo trazo, ni un gen judío, ninguna historia detrás, hacer como si nunca hubieran existido. Ellos, los nazis, también quemaron actas y registros de nacimiento. Eso es la Shoá, y no Holocausto, no hubo ningún sacrificio.

Mi historia llega hasta mis abuelos de ahí también sé poco. En una oportunidad, conversando con un amigo, un destacado autor de historia, judío, me contaba que su familia venía de siete generaciones de rabinos. No podía creer lo que estaba escuchando: que un judío conozca sus siete generaciones precedentes?! Son pocos. Muy pocos.

5. Pensar Auschwitz

Cito la reflexión de Eric Laurent: “De qué sirve pensar Auschwitz? Para qué reflexionar sobre la orgía del nihilismo que el sistema totalitario y despótico, el nazismo, “el enemigo del género humano” ha producido?” Qué sucede cuando el Estado y su monopolio de la violencia legítima enloquece y se embarca en guerras imperiales, o masacra a su población como el proceso todavía vigente de los Khmer Rojos en Phnom Penh”, Pol Pot, recuerdan?…. De aquí solo se constata que “el siglo XX es una aberración estadística”.

El trauma de la guerra impide cualquier solución a ese real del que solo podemos verificar su existencia. Los sueños repetitivos de las neurosis traumáticas lo demuestran. El sujeto puede soñar una y otra vez lo mismo sin producir ninguna elaboración.

Primo Levi en Los hundidos y los salvados subraya que la condición necesaria para la supervivencia era hablar el alemán del Lager, una lengua construida a la medida de los exterminadores. Sonderkommandos, Einsatzgruppen, etc,.

Las torsiones de la lengua fueron expresadas de manera diversa en Adorno, con su sentencia de que no era posible la poesía después de Auschwitz, o Paul Célan que dedica su poesía precisamente a eso.

Hanna Arendt cuando emigra de Alemania, decepcionada de sus amigos intelectuales que se suman al partido nazi, afirma que “lo que resta es la relación a la lengua materna”.

La conclusión de Henry Feingold, según Z. Bauman, señala que la Solución Final marca el fracaso del sistema industrial europeo. “En vez de potenciar la vida, que era el anhelo original de la Ilustración empezó a consumirse.” Verificamos en esta idea la reflexión freudiana sobre la pulsión de muerte y el progreso imposible de la llamada civilización moderna. “Auschwitz -indica el autor- fue una extensión rutinaria del moderno sistema de producción, la materia prima, seres humanos en lugar de mercancías cuyo producto era la contabilidad final de cuántas muertes producía ese sistema eficiente… De las chimeneas, símbolo del sistema moderno de fábricas, salía humo acre producido por la cremación de carne humana. La red de ferrocarriles llevaba a las fábricas un nuevo tipo de materia prima…En las cámaras de gas, las víctimas inhalaban el producto de la avanzada industria química alemana. Los ingenieros diseñaron los crematorios y los administradores el sistema burocrático eficiente…plan general del espíritu científico moderno…lo que presenciamos es un colosal programa de ingeniería industrial”.

Vaya manera de relanzar la Revolución Industrial !

El mundo racional de la civilización moderna fue la condición necesaria para la Shoá. El asesinato en masa de la comunidad judía europea fue un logro tecnológico de la sociedad industrial y un logro organizativo de la sociedad burocrática. La administración pública infundió al resto de las organizaciones su decidida planificación y su burocrática meticulosidad. El ejército le confirió a la máquina de destrucción su precisión militar, su disciplina y su insensibilidad. La influencia de la industria se hizo patente tanto en el hincapié sobre la contabilidad, el ahorro y el aprovechamiento como en la eficiencia de los centros de la muerte. El partido aportó el “idealismo”, la sensación de estar “cumpliendo una misión y estar haciendo historia”. Este aparato burocrático demostró su preocupación por las sutilezas de las normativas de lenguaje y por la obediencia a la ley. Sabemos de la precisión de Carl Schmitt para el montaje de la jurisprudencia de todo el andamiaje conceptual nazi. Podemos llamar a esto es la producción de un discurso.

6. Genocidio

Llevó un tiempo encontrar una o varias figuras jurídicas para legislar lo que es un genocidio en el campo del derecho internacional.

Yves Ternon toma algunas ideas de Clausewitz  de su libro Pensar la Guerra. La guerra es un juego que requiere de cualidades morales. La acción guerrera se desarrolla en el peligro. La teoría de la guerra requiere del elemento humano,  e incluye características tales como el coraje, la audacia, la temeridad, la confianza de sí. La guerra nace siempre de una situación política y estalla por razones políticas. Siendo un acto político está sometida a una voluntad directriz que pretende extraer un beneficio político. Por esta razón Clausewitz afirma que “la guerra solo es la simple continuación de la política por otros medios”. El objetivo es colocar al adversario en una posición que sea imposible de resistir, quebrando su voluntad. La estrategia tiene un fin político y la táctica implica siempre el uso de la fuerza.

Sin embargo es muy preciso cuando introduce la diferencia entre guerra y genocidio, al que define como el desarrollo del extremo potencial de la guerra. En el mundo de la guerra el genocidio es un “intruso”, es un fin en sí mismo. No está sometido a ninguna obligación moral. A falta de adversario el riesgo es nulo, ni defensa, ni ataque, ni compromiso, ni combate, solamente una ejecución, una matanza. El genocidio es una acción en sentido único donde difícilmente intervenga el azar. Es una política inspirada par las pasiones y la razón de Estado. Decisión, planificación, cálculo, perpetración están subordinadas a una voluntad política, la de un Estado o la de un partido que controla el Estado. La violencia se produce y se sostiene por el odio y el miedo, sentimientos que se desarrollan de manera exponencial. Detrás de esas pasiones, la razón de Estado, una voluntad implacable y salvaje de aniquilamiento de un grupo humano que se percibe como obstáculo, o como una amenaza vital. Da lo mismo que la amenaza sea real o ficticia ya que igual es sobrestimada.

Toda esta caracterización distingue y sitúa al genocidio en el extremo de la arbitrariedad, de la razón sin razón.

Raoul Hilberg, en La destrucción de los judíos de Europa se pregunta si habría dejado más contentos a todos si se hubiera logrado demostrar que los que llevaron adelante la Shoá estaban locos. Pero su argumento es muy preciso: fueron hombres educados y de su tiempo. Nuestra evolución, dice, ha ido más de prisa que nuestra comprensión.

7. Aproximación al Otro desconocido

En una entrevista de Ferdinando Camon a Primo Levi, este nos muestra cómo Auschwitz lo hizo judío. Frente al hecho de no ser creyente, Camon lo interroga sobre su judaísmo. Él dice: “Es un hecho puramente de cultura. De no haber existido las leyes raciales y el campo de concentración, probablemente no sería judío excepto por mi apellido. Me han marcado como se estampa una plancha de hierro, ya soy judío: me han cosido la estrella de David pero no solo en la ropa.” Auschwitz lo hizo judío siendo a la vez la prueba de la no existencia de Dios, son sus palabras y su paradoja.

Jacques-Alain Miller interpreta así el deseo de Lacan:  “Lacan para nosotros, sus discípulos está próximo. Hay que alejarlo un poco de manera que pueda para nosotros ser Otro, Otro desconocido”. Esa es la tarea que la proximidad de lo traumático exigió en el aftermath, después de transformar el judío aniquilado en Otro para poder decir algo de eso.

Camon le pregunta a Primo Levi para qué escribe.  A manera de denuncia? Para llegar a la comprensión de un enigma, de un misterio, el “misterio Alemania”, “la locura Alemania”? Como consuelo?

Él “escribía porque sentía la necesidad de hacerlo”. “Tenía la impresión de que el acto de escribir equivalía para mí a tenderme en el diván de Freud. Sentía una necesidad tan imperiosa de contar, que contaba a viva voz. Cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba pero no me escuchaban. La persona que tengo delante no me escucha, se da media vuelta y se marcha.” Sueño de una necesidad primaria, comer y beber. Estando próximo al alimento, no lograba morderlo. Tenía la necesidad de contar aunque él decidió escribir.

Este es el lugar de los psicoanalistas confrontados a la guerra. El libro es una invitación  al tratamiento de ese objeto, ese real, ese agujero, ese traumatismo, para contornearlo y hacer de él Otro desconocido que nos permita su aproximación. Es verdad que Primo Levi se suicidó, pero fue en una circunstancia equívoca, y a la edad de 86 años. Primo Levi dio su incesante testimonio. Mientras tanto, vivió una vida posible. Su testimonio lo colocó en otro lugar.

21 de marzo 2018